Sant Miquel de les Formigues (foto: Xavier Blancafort)
El Soler de Sant Hilari Sacalm.
La capella de Montsolís de Sant Hilari.
En
el llibre “Al pie de la encina”
Víctor Balaguer relata també algunes de les excursions que va realitzar pels
entorns de les Guilleries, partint del balneari Martí.
Una
d’elles el portà fins a la gran masia del Soler, on troba mostres de
l’esplendor del gran casal
“El camino conduce hasta la casa
llamada del Soler, donde, según queda dicho pusieron los carlistas un hospital
de sangre. Existen en esta casa algunas arcas antiguas, un artesonado que tiene
cierto caràcter, dos ó tres camas iguales ó parecedas á las que se hallan aún
por las masías catalanas y varios cuadros de relativa importancia, entre ellos
uno que, si no la tiene por su mérito, la posee por su recuerdo histórico.
Representa el salón de la casa, cuando era ésta hospital”.
També
fins a la capella de Montsolí:
“Siguiendo rio arriba por la misma
orilla izquierda se llega á la solitaria capilla de Montsolí, situada en la meseta
de un valle. Tiene por cerca una pared., que lo es también del cementerio, el
cual hay que atravesar para entrar en ella. Es una capilla como muchas que se
encuentran en las soledades. No es ni moderna ni antigua, aun cuando parece
reedificada sobre otra anterior, cuyo caràcter se quiso conservar. En su
cementerio fueron enterrados muchos carlistas que murieron en el hospital de
Cas Soler, triste recuerdo de esas nuastras guerras civiles que tan desastrosas
fueron para la patria, por ellas exhausta y desangrada”.
I
finalment fins a un racó que a l’autor li sembla magnífic : el puig de Sant
Miquel de les Formigues.
És
ben cert, aquesta talaia sobre l’entorn, el punt més alt de les Guilleries,
ofereix un espectacle panoràmic inigualable a qui hi puja, igual que va
oferir-lo a Víctor Balaguer que va sentir-se tan emocionat que va elaborar la
millor i més poètica i èpica descripció del lloc que jo he llegit fins ara:
“Otra
de las excursiones que deben hacer los que en San Hilario se encuentran, es la
de la ermita conocida en lo antiguo por San Miquel Solterra, cuando era
propiedad de esta familia distinguida, y hoy por Sant Miquel de les Formigues.
La
meseta en que San Miquel se asienta tiene la elevación de mil doscientos metros
sobre el nivel del mar, y situada allí, en el corazón de las Guillerias, parece
ser un observatorio levantado por el Gran Espíritu de estas soledades, para
desde él abarcar sus dominios todos.
Se
ve gran extensión de terreno, y se disfruta del vasto panorama que ante los
ojos se despliega. Limita el horizonte por un lado la vasta cordillera de los
Pirineos, desenvolviéndose en anfiteatro hasta llegar al Montseny que destaca
imponente su gran magnitud, y se cierra por el otro con el mar azul, según con
tanta propiedad se llama al Mediterráneo. A lo lejos se ven cruzar los buques
en todas direcciones, y justo á la costa las barcas del pescador con su
característica vela latina, parecidas á errantes garcelas marítimas.
En
el fondo, como una nebulosa, se ven las montañas de Mallorca. Más acá, á un
extremo, las islas Medas y el golfo grandioso de Rosas. Diversos pueblos y
localidades, como motass del terreno, aparecen á la vista: Gerona la esforzada;
la hoy pacífica Vich, tan turbulenta y
recelosa en otro tiempo, y muchos pueblos y caserios que desde la cumbre
no son mayores que nidos de pájaros. El Montseny, que aquí se impone por tadas
partes, se adelanta para impedir que se vea la prepotente Barcelona; pero en
cambio puede verse en todos los esplendores de su belleza el cristiano Montserrat
asemejando un monte volcado, con sus raices por los aires, que parece como un
nimbo formado por el cielo y por las vecinas montañas, cada una de las cuales
es tradicion y una historia.
Y
todo esto en medio de una caótica confusión de objetos, y de cosas, de montañas
altaneras que desde lo alto asemejan montoncitos de tierra que pudiera saltar
un niño, de ríos soberbios que se desarrollan como cintas, de barrancos y
abismos profundos que parecen sólo livianas grietas, de abruptas sinuosidaxdes que
se dibujan como correctas y graciosas ondulaciones, todo para demostrar que las
grandezas de la tierra son minucia y pequeñez en el espacio.
Y
la voz del rio sube desde el valle; y el alma se desprende del cuerpo para
elevarse en rapto de amor infinito; y todo aparece hermoso, y dulce, y armónico
á los ojos de la mísera criatura que lo ve desde la cumbre; y todo estalla y
esplende: los montes en congerie, los valles en bellezas, los campos en
colores, las selvas en sombras, los aires en perfumes, los rios en rumores, en
armonías los espacios y los horizontes en luz.
Algo
desconocido y superior se apodera entonces del ánimo. Todos cuantos se agrupan
en la meseta de la ermita pasan por la misma emoción, recibiendo por igual
idénticas impresiones; y cada uno siente cómo el alma se postra de rodillas en
su interior de rodillas en su interior; y todos oran y rezan, sin darse cuenta
de ello: el creyente en su contemplación mìstica, el poeta en su arrebatado
idealismo, el filósofo con la tranquila serenidad de sus doctrinas, y con la fe
de sus propias negaciones el ateo”.